lunes, 21 de enero de 2008

Por lo menos asi lo veo yo


En el último año he leído varios libros de Hening Mankell. Escritor sueco, podría decirse que de moda tanto en Europa como aquí, en Argentina, aunque muy conocido desde muchos años antes en su país de orígen, principalmente debido a la saga del inspector Wallander, un policía cincuentón, solitario y algo rudo, áspero, seco. El personaje se siente escéptico en relación al destino de su país y ahí, me parece, que el escritor expone sus ideas por boca de su personaje.
Aparte de las novelas policiales, (a las que habría que agregar una en la que la protagonista es la hija de Wallander, Linda, y otra, El regreso del profesor de baile, en la que el investigador es un joven policía llamado Stefan Lindman, afectado de cáncer), están las novelas donde abandona la temática policial para pasar a un terreno podría decirse que más intimista. Creo que desde el punto de vista literario, son éstos últimos los libros más rescatables de este autor, ya que si bien en los policiales maneja con mucha destreza los mecanismos de la intriga, y con eso logra mantener al lector pendiente, no es mucho más lo que se ofrece, a mi entender. En los momentos en los que intenta exponer las reflexiones digamos existenciales de los personajes es donde utiliza sus peores recursos literarios ya que los pensamientos se sienten (no se si esta sería exactamente la descripción) demasiado autocompasivos, o peor tal vez, demasiado autoconcientes. Si siguiera la descripción que Barthes ha hecho sobre los placeres de lectura, podría decir que con las novelas policiales de Mankell me he sentido arrastrada por el orden del suspenso (lo que sería el placer metonímico) pero no por un placer poético. Es posible el placer de la catarsis tal vez, aunque no tanto el placer estético. Por la segunda características es posible que tal vez el autor coseche bastantes detractores.
Es diferente la experiencia con las novelas más intimistas del autor, donde siguen apareciendo un poco esas reflexiones de las que hablaba antes, esa especie de insoportable autoconciencia, pero que está mejor expresada, y de un modo menos directo. A través de las experiencias de un niño, Joel, (protagonista de Viaje al Fin del Mundo) que vive en el bosque con su padre leñador, Mankell nos ofrece una visión llena de poesía sobre la vida de un chico que va trasmutando en adolescente a lo largo de cuatro relatos, y que debe recurrir a la imaginación para poder sobrevivir a una realidad algo dura. Los relatos son parsimoniosos, y se van concatenando, marcando sucesivas etapas en la vida de Joel, y en su paulatino pasaje hacia una especie de precoz y obligada madurez.
En Profundidades, otra vez el clima y el paisaje cumplen un rol determinante ya que la soledad y la amargura van llevando a la lenta descomposición del alma del personaje. Un hombre dividido en el amor a dos mujeres, con un dualismo difícil de abarcar, cuya imposibilidad de definición y una especie de apatía, lo transportan hacia la fatalidad.
Es obvio que todo lo que digo aquí constituye mi experiencia. Como dice Michel Butor, “… no son los signos solos los que producen algun efecto; generalmente, somos nosotros mismos, sin darnos cuenta, los que fabricamos la representación a partir de las palabras. Es por esto que puede decirse que cada lector lee un libro diferente…”

No hay comentarios.: