domingo, 13 de enero de 2008

Se vino el bisiesto



La vez pasada me acordé de mi abuela María (la tana), que murió cuando yo era muy chica y a la que conocí más bien poco. Era una viejita callada y sufrida, y muy supersticiosa. Un detalle me quedó siempre grabado: cada fin de año, cuando daban las doce del 31 de diciembre y el que se iniciaba era un año bisiesto mi abuela, con gesto grave y llena de inquietud se iba al patio, y murmurando una oración (¿qué diría?) esparcía sal en el suelo del patio. Mi papá, a pesar de que era su madre, nunca supo ni se interesó mucho por aquello. Le pregunté a mi mamá, y entonces me dijo que la abuela pensaba que asi mantenía a la familia protegida contra las desgracias que pueden sobrevenir en años bisiestos. A mi, una nena de cinco o seis años, aquello me producía cierta pesadumbre.


Despues de la muerte de mi abuela, aquella creencia sobre los años bisiestos como sinónimo de desgracias fue perdiendo fuerza y los empecé a ver como aquello que me habían explicado en la escuela: que son el año que dura 366 días para corregir el desfasaje que ocurre con la duración real de un año, que es de 365 días y 6 horas. En realidad todo se trata de una convención católica adoptada por un papa (Gregorio XIII, en 1582).


Pero ¿de dónde venía la superstición de María?


Parece que a lo largo de la historia siempre se asoció al año bisiesto con calamidades, desastres, tumultos y guerras y todo ello parece tener su causa precisamente en el origen: febrero es el mes de los muertos en la tradición romana y, por tanto, considerado de influencia aciaga. Añadir un día a febrero es popularmente sinónimo de potenciar esta influencia "anti-vida", esa necesidad de purificación. Los romanos, para contrarrestar esta influencia, no se casaban en febrero ni tan siquiera abrían los templos. En este mes celebraban las Lupercalia, (15 de febrero) fiesta al dios de la fertilidad, aprovechando estas fechas para cometer toda clase de excesos sexuales. Con el tiempo, la religión católica, al igual que hizo con otras fiestas paganas, sustituyó aquellas celebraciones por otra fiesta del amor, naturalmente menos lujuriosa y más conveniente para la tradición represiva de la iglesia: San Valentín, patrón de los enamorados.


De todas formas, y más allá de las explicaciones que uno pudiera dar, mi madre tomó la posta de María y, si bien no cumple el ritual de mi abuela, siempre repite cuando te saluda al inicio de un bisiesto: "nada bueno puede ocurrir un año en que se agrega un día fantasma"....


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