domingo, 30 de mayo de 2010

Despedida



If God has a master plan
That only He understands
I hope it's your eyes He's seeing through.
(Depeche Mode. Precious)

Posiblemente, como dice la canción, el Dios de Lost vio a través de los ojos de Jack… o no.
Han sido 6 largos años de espera con la ilusión de desentrañar misterios. Al final de cada capítulo se cerraba alguna cuestión y se abrían mil interrogantes. Por no hablar de los cierres de temporada. Seguí a Lost desde el principio con la expectativa de un chico que escucha un cuento. El procedimiento utilizado fue sencillo y brillante: era mostrarte constantemente la zanahoria, convidándote un trocito pequeño, pero dejando lo mejor para más adelante. De eso, y de una historia fascinante fue de lo que se alimentó la (seguramente) futura leyenda.
Ahora todo el mundo hace conjeturas sobre los destinos de los personajes, se efectúan balances y análisis de los múltiples posibles significados de cada detalle de la serie. Muchos creen que las dos horas y media del último capítulo no alcanzaron para responder todas las preguntas que se habían acumulado en estos seis años. Lo más que pudimos obtener fueron explicaciones sobre “detalles macro”. Hubo detalles de las microhistorias que serán cabos sueltos para siempre. Y con tantas ramificaciones, habrá posiblemente cosas que ya han sido explicadas, pero a las que no les prestamos la suficiente atención, o que sencillamente no recordamos. Al estilo de esos libros de los ’80, donde podías saltarte de página para continuar la historia a tu gusto (Elige tu Propia Aventura, creo que se llamaban), en nuestras imaginaciones comenzarán a abrirse múltiples posibilidades para las cuestiones no explicadas.
Según lo que entendí inicialmente, la sexta temporada planteaba la posibilidad de lo que hubiera pasado si el Ocean 815 no hubiera caído en la isla. O posiblemente, se trataba de un mundo paralelo en el cual las existencias de los personajes seguían un curso común y corriente (aunque no del todo), como intentando demostrar que, después de todo, el regreso no deparaba felicidad o plenitud. El viaje a o desde Australia se relacionaba con algo vital para la existencia de los protagonistas. Después de eso tu vida seguía siendo una vida normal, gris, solitaria… o te podías caer en la isla. La pregunta central (pensé yo) era: ¿qué hubiera pasado si el vuelo hubiera llegado a destino? Bueno, acá lo tienen, esto hubiera pasado: la comprobación de la monotonía, la chatura de la vida. Nadie era feliz al llegar a Los Angeles; los problemas y angustias de la existencia aparecían y se reproducían de un modo alarmante. Aunque finalmente la realidad paralela ha sido interpretada por la mayoría como una especie de purgatorio.
Pero entonces, ¿qué era la isla? La isla podría ser el cielo, o el infierno, o el purgatorio, o todo eso. O el sitio desde donde se rigen los destinos humanos. El territorio sin tiempo adonde van a parar las infinitas posibilidades de nuestras existencias. Porque cuando se sufre alguna desgracia o alguna pérdida las personas siempre tendemos a plantearnos aquello de ¿qué hubiera pasado si…? Bien, justamente: los caminos que decidimos no tomar, o aquello que por voluntad o azar no hicimos, todo eso digo, termina descansando en la isla. Eso pensé. Otra posibilidad era que la isla fuera el sitio para desplegar nuestra individualidad, menuda metáfora por cierto: seres humanos como pequeñas islas dentro de la gran isla.
A mi parecer, Lost fue absolutamente determinista. No intervino el voluntarismo en el diseño de la serie, porque si la teoría predominante en Lost hubiera sido voluntarista, posiblemente no hubiéramos tenido serie. Según Lost, todo ocurre por alguna causa, aunque en una primera mirada pueda parecer que mucho de lo pasó allí fue azaroso. Los dichos de Schopenhauer cuadran perfectamente con las ideas de la serie. Dijo el filósofo: “... todos creen a priori que son perfectamente libres aun en sus acciones individuales, y piensan que a cada instante pueden comenzar otro capítulo de su vida… pero a posteriori, por la experiencia, se dan cuenta –a su asombro- que no son libres, sino sujetos a la necesidad; su conducta no cambia a pesar de todas las resoluciones y reflexiones que puedan llegar a tener, desde el principio de sus vidas hasta el final de ellas, deben soportar el mismo carácter…” Cada cual debió acarrear las consecuencias de sus elecciones con lo que tenía, el propio comportamiento los marcó. Estar en la isla fue enfrentarse finalmente al propio destino. Como diría una amiga: la isla fue como un test para cada uno de los personajes. Y lo bueno y lo malo de cada uno, su estupidez y su inteligencia, su capacidad de amor y la de odio, el egoísmo y la solidaridad de cada uno, todo eso lo fue mostrando cada personaje en distintos momentos de la historia. Pero todos, desde el más bondadoso hasta el más perverso, todos tenían su trasfondo humano.
La parte más interesante para mi gusto fue (creo) principalmente en la segunda temporada, donde se contrapusieron dos hipótesis: la científica (encarnada en Jack) y la metafísica (encarnada en Locke) donde, parafraseando a Hamlet “creer o no creer, esa era la cuestión”. Mientras predominó ese contrapunto, la serie me resultó por demás apasionante. Como atea, siempre me entusiasmé mucho más con la explicación científica de los misterios. La cuestión del electromagnetismo, la imposibilidad de procrear en la isla, mezclado con los efectos curativos de la isla, la aparición de las voces, la iniciativa Dharma, en fin, tantas cosas que nos fascinaban y nos mantenían en vilo, hacíéndonos preguntar si la isla no era un gran experimento natural. La aparición de Daniel Faraday al final de cuarta temporada me reavivó el entusiasmo. Parecía que Daniel nos podía aportar muchas respuestas. Pero ya finalizando la quinta temporada y afianzándose la sexta, me di cuenta de que los autores y por ende la historia habían sido ganados por el punto de vista metafísico. Es claro que es más fácil echar mano de la metafísica para poder explicar tantas cuestiones que habían quedado abiertas durante el desarrollo de la trama. Eso permite una resolución más fácil y abierta a conjeturas e interpretaciones.
Y no me convence la muerte como momento final de reconciliación con uno mismo y los demás, porque la muerte en si creo que es la nada. Mientras la sangre fluye y el cerebro funciona, es posible que podamos modificarnos y mejorarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Luego sobreviene la nada, y cuando no tenemos nada, ni vida, difícilmente podamos enmendar los errores cometidos.
Aunque la historia haya finalizado con muchos interrogantes, y el desenlace metafísico tal vez no me convenza completamente, lo verdaderamente interesante es el camino recorrido. Porque todos los personajes eran seres humanos imperfectos, y es posible que ninguno haya sufrido algún cambio sustancial en su modo de vivir. Todos, repito, fueron imperfectos, monstruosos, solidarios, individualistas, mentirosos, nobles, leales, irascibles, escépticos, impacientes, confiados, cobardes, valientes, todo eso a la vez, y la lista podría seguir. A todos les cupo algo de esto. Algunos buscaron constantemente alguna explicación, otros nada más confiaron. Podrían ser dos bandos en una puja vital, pero es posible que se trate de las dos partes inevitables de todo ser humano. Tal vez se trataba nada más y nada menos que de la vida y la muerte.

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